De las redes sociales a las redes (tecno)políticas: redes de tercera generación para la democracia del siglo XXI
El devenir (en) red de la sociedad
La sociedad deviene (en) red. Esta es una de las tesis fuertes del trabajo de Manuel Castells (1997, 1998, 1999) ya a finales del siglo pasado. Impulsadas por multitud de actores, las redes digitales desplegadas sobre la infraestructura de Internet han venido a permear cada vez más facetas de nuestras vidas personales y colectivas. Su impacto más reciente puede apreciarse en fenómenos que van de las elecciones que hicieron a Trump presidente (claramente influenciadas por Facebook y Twitter) a los precios de la vivienda en Barcelona (afectados por Airbnb), y de las relaciones laborales (desarrolladas en LinkedIn) a las afectivas (redefinidas en Tinder). Sin embargo, más allá del diagnóstico general, es importante distinguir diferentes tipos de redes, promovidas por diferentes tipos de actores. El argumento teórico clave esbozado en nuestro artículo "Decidim: redes políticas y tecnopolíticas para la democracia participativa", sugiere la necesidad de diferenciar entre diversos tipos de redes así como de entender Decidim, la plataforma digital de democracia participativa promovida por el Ajuntament de Barcelona, y Metadecidim, una de sus instancias, como espacios de construcción de dos nuevos tipos de red.
Redes digitales de primera y segunda generación: de la World Wide Web y las redes informacionales a Facebook y las redes sociales.
En los 90, la World Wide Web (WWW), la primera red digital en tener un alcance de masas, encarnó un modelo de primera generación, el de las redes informacionales. La WWW se caracterizaba por permitir la publicación de información y contenidos en páginas accesibles desde cualquier terminal conectado a Internet. Aunque las páginas web ofrecían múltiples posibilidades de interacción, su arquitectura imponía diversos límites a la misma. El modelo típico era el de una página estática utilizada para publicar contenidos no modificables por parte de las personas que la visitaban. Estos límites a la interacción reducían también la cantidad de información que dichas webs podían obtener de las personas usuarias. Esto no impidió que floreciesen nuevas formas económicas apoyadas en los medios digitales: en los 90, Internet y la web fueron asociadas a la emergencia de lo que Castells (1997) denominó el "capitalismo informacional", un nuevo estadio del capitalismo en el que la producción y apropiación de información pasaban a ser clave en la producción de valor económico. En torno al cambio de siglo, proyectos como Indymedia, una red participativa de información política y social alimentada por activistas y periodistas independientes, supusieron un estadio intermedio hacia lo que luego se vino a denominar la "web 2.0" (y, en términos democráticos, más avanzado que ella---ver Pickard, 2006a,b).
Ya a finales de los 90 y, especialmente, en la segunda mitad de la década de los 2000, comenzó la proliferación de redes digitales de segunda generación, las denominadas "redes sociales". Plataformas como Facebook o Twitter hacían de la interacción de las personas usuarias entre sí y con los contenidos (en lugar de la mera información) el núcleo de su construcción (boyd & Ellison, 2007). Esto, unido al incremento progresivo de las técnicas de extracción, almacenamiento y procesamiento de grandes datos (big data) permitió la emergencia de una forma específica de capitalismo informacional: el capitalismo de datos (Lohr, 2015; Morozov, 2015). Según un extendido análisis, los datos generados en estas plataformas son el nuevo “petróleo” (The Economist, 2017). En los últimos diez años, plataformas corporativas como Facebook han crecido al ritmo de una economía basada en el estudio y el gobierno de la atención y el comportamiento digital de quienes las usan, convirtiéndose así en mediatizadoras de la vida y la comunicación social, todo ello, con una capilaridad mucho mayor que la de medios tradicionales como la televisión o el periódico. Lo que Castells (2009) ha definido como "autocomunicación de masas" (la comunicación multicanal de persona a persona, de una a muchas, y de muchas a muchas) tiene como correlato lo que podríamos definir como una “captura de masas”, captura de masas de datos, comunicaciones, afectos y actividades humanas. Uno de los efectos más visibles en el plano político ha sido la centralidad de las redes sociales en la estrategia y la victoria de Trump en las últimas elecciones estadounidenses (Bode et al., 2018).
Corporaciones como Google o Facebook (ambas entre las 5 mayores compañías del mundo por capitalización bursátil, con centenares de millones de personas usuarias al día) acumulan más información y capacidad de orientación y acción sobre la vida individual y social que cualquier medio de comunicación o Estado hasta la fecha. De este modo, las redes sociales, que des-intermedian ciertos aspectos de la comunicación social (p.ej.: la necesidad de pasar por el filtro editorial de un periódico o cadena televisiva), vuelven a intermediarla (definiendo reglas de uso, alcance de las publicaciones, posibles interacciones, recomendando contenidos, amistades, servicios, etc.) con fines corporativos. Esto nos aboca a una suerte de heteronomía tecnopolítica y social: buena parte de las normas en torno a cómo debemos relacionarnos son cada vez más definidas por un puñado de corporaciones, en lugar de por actores, negociaciones y conflictos sociales distribuidos en el espacio y el tiempo. Autoras como Shoshana Zuboff (2015) han advertido de la emergencia de un capitalismo de la vigilancia, impulsado por la acumulación y procesamiento de datos, basado en contratos digitales, la personalización de servicios, así como la orientación y experimentación continua con millones de personas usuarias de estas plataformas. Como señala un conocido eslogan: en Internet, si algo es gratis, el producto eres tú. Este modelo alimenta y se alimenta de un refuerzo de la sociedad de la hipervisibilidad y la exhibición (acaso una modulación de la sociedad del espectáculo anunciada por Débord, 1967). La exposición y la auto-exposición (exposición que va de la cotidianidad íntima a la opinión y la acción política, pasadas por el tamiz del filtro y la ficción), son estimuladas y se sitúan en el centro de la operación en estas plataformas (Crogan & Kinsley, 2012; Goodwin et al., 2016).
Como alternativa a las plataformas corporativas surgieron, también en la segunda mitad de los 2000, redes sociales alternativas como Diáspora (con más de 1 millón de personas usuarias en la actualidad) y n-1, plataforma muy usada durante el movimiento 15M (Fernández-Delgado et al., 2012).
Redes digitales de tercera generación: de Decidim y las redes políticas a Metadecidim y las redes tecnopolíticas
Decidim, la plataforma digital de participación ciudadana impulsada desde el Ajuntament de Barcelona, representa un claro ejemplo de un modelo emergente de redes de tercera generación, que denominamos "redes políticas". El proyecto se incardina en múltiples procesos de largo recorrido. El software de Decidim, que empezó como una plataforma de participación diseñada para cubrir necesidades del Ayuntamiento de Barcelona en lo que respecta a participación ciudadana, es usado actualmente por decenas de ciudades y está empezando a ser utilizada por numerosas cooperativas y otras organizaciones sociales. Esto permite albergar la esperanza de beneficiarse de la Ley de Metcalfe, que determina que el valor de una red de comunicación equivale al cuadrado del número de nodos que la componen: dicho de otro modo, el valor de una red se mide en función del número de personas que la usan, ya que esto incrementa rápidamente sus posibilidades de acción (p.ej.: comunicarse). El objetivo a medio y largo plazo es el de permear un espectro amplio de circuitos y esferas sociales.
Imagen: Transformación de las redes digitales desde la World Wide Web. Autor: Antonio Calleja-López, cc-by-sa
En todo caso, la clave diferencial de las redes políticas reside en lo que puede hacerse en ellas y con ellas. Redes como Decidim tienen tres características fundamentales: en primer lugar, reducen la centralidad de la figura del prosumidor en red (alquien que, produce contenidos al tiempo que los consume, anticipado por Toffler 1980) y la sustituyen por la de un actor decididamente político; en segundo lugar, estas redes articulan espacios para la construcción de inteligencia, voluntad y acción colectiva, más allá de la mera expresión, agregación o circulación de gustos y preferencias individuales; en tercer lugar, conectan éstas con decisiones que afectan al plano de lo colectivo en tanto que colectivo.
En este sentido, las diferencias de nomenclatura son indicativas: en lugar de un Facebook (traducible como "libro de caras"), Decidim ("decidimos", en castellano) sitúa en el centro de su construcción el vínculo político y colectivo. No interpela a individuos en red sino a un "nosotros y nosotras", un "nosotros y nosotras" decisivo. En casos como el de Decidim, las redes políticas permiten intervenir en las instituciones y la construcción de políticas públicas. Más allá, su principio regulativo es el de que las personas participantes tomen parte como pares (nuestra interpretación de latino “pars capere” de la participación) en los procesos colectivos, sean del Estado o de cualquier organización social. Decidim aspira a servir de dispositivo de apoyo a procesos de democratización en campos que vayan de lo estatal a lo social, de lo político a lo económico, condición de toda democratización radical.
Si bien todas las redes digitales mencionadas se basan en principios como la interconexión o la compartición, en las redes informacionales la clave es la información, en las sociales, la interacción, y en las políticas, la decisión. Cada generación recoge y modula características de las anteriores. Del mismo modo que las redes sociales construyeron sobre y, al tiempo, cuestionaron el modelo de las redes informacionales (conforme a la habitual reconstrucción del tránsito de la web 1.0 a la web 2.0), las redes políticas construyen sobre, enlazan con y divergen de la lógica de las redes sociales. Las formas de información y comunicación que permiten redes políticas como Decidim están pensadas en términos de calidad democrática (igualdad, calidad de la información, potenciamiento de la deliberación, etc.), no de obtención de beneficio económico corporativo (via servicios, publicidad, venta de datos, etc.). Posibilitar formas de autocomunicación multitudinaria (ya no "de masas") libre, evitar su captura, es clave para la salud de la democracia del siglo XXI. Hacer que la comunicación potencie lo común, que comunique con procesos de inteligencia, deliberación y acción colectiva, además de evitar formas de inteligencia y acción corporativa (en los nuevos territorios del capitalismo de datos, como el de la Inteligencia Artificial), es un reto abierto para el proyecto.
Más allá de su condición de red política, Decidim es una plataforma radicalmente participativa, esto es, permite el control y la intervención de las personas participantes en todas las capas de su estructura tecnológica, tanto en su código interno (su back end) como en sus interfaces y experiencia de participante (front end). Esto la distancia aún más del modelo habitual de red social corporativa, en el que las personas usuarias no tienen capacidad de decisión sobre aspectos como el código, las normas de uso o las políticas de datos. En este sentido, podríamos sugerir que la red Metadecidim, sobre la que se apoya una comunidad abierta y ciudadana que decide sobre todos los aspectos del proyecto Decidim, constituye una red ya no solo política sino "tecnopolítica", esto es, una red que sitúa la construcción de una tecnología y la comunidad en torno a ella en el centro de su diseño. Metadecidim tiene como objetivo hacer del software de Decidim algo más que software libre: aspira a ser un software democrático. Busca añadir a las cuatro libertades tradicionales expuestas por Richard Stallman (1996) (libertad de usar, copiar, modificar y distribuir copias modificadas) un vector de igualdad y equidad, trata de abrir el ejercicio de estas libertades a todas y a cualquiera.
Imagen: grupos y comunidades involucradas en el proyecto Decidim. Autor: Xabier Barandiaran, cc-by-sa.
Frente al modelo corporativo de red digital de Facebook o Twitter, en el que tanto el código informático de la plataforma como los datos generados en ella suelen ser privativos y cerrados, Decidim es un modelo de red con financiación pública (por el momento) y control ciudadano. Es un ejemplo de lo que podría definirse como una infraestructura público-común: financiada con dinero público, diseñada con la ciudadanía y gobernada por ella. Metadecidim hace de Decidim un procomún digital. Más aún: también lo son los datos y contenidos generados en ella, que permanecen bajo el control de las personas participantes (en todo lo que respecta a su privacidad) y en el dominio público (en todas sus facetas públicas; p.ej.: comentarios en hilos). Esto también implica que las diversas formas y reglas en torno a la información, la comunicación y la relación entre las personas que utilizan Decidim están abiertas a modificación por la comunidad. De este modo, la comunidad Metadecidim potencia su autonomía tecnopolítica, esto es, la capacidad de quienes usan la plataforma de instituir colectivamente sus propias normas. La comunidad, su autonomía y la autocomunicación libre que permite devienen fenómenos recursivos (de modo similar al de las comunidades de software libre descritas por Kelty, 2008), es decir, ponen las condiciones de su propia reproducción.
Conclusión
Las redes políticas también se enfrentan a retos y límites evidentes: alcanzar amplios sectores poblacionales, promover su inclusión empoderada, conectar de manera efectiva con decisiones colectivas (especialmente, en el ámbito de la política pública), desarrollar los sistemas tecnológicos necesarios para cubrir todas sus necesidades de desarrollo (del manejo de la identidad digital a su conexión con el territorio), garantizar su sostenibilidad económica en el tiempo, y un largo etc.
Retos al margen, redes políticas como Decidim y redes tecnopolíticas como Metadecidim plantean un horizonte de redes de tercera generación no corporativas, refractarias a las diversas formas del capitalismo de datos y orientadas por principios como los de autonomía tecnopolítica y social, autocomunicación libre, comunes digitales y democracia radical. En definitiva, el proyecto Decidim aspira a servir como dispositivo y modelo para la transformación política en un periodo de crisis de la representación y de la hegemonía neoliberal misma, hacia una democracia real y en red.
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